Al bosque normalmente se va a hacer barbacoas, a pasear al perro mientras mueve su rabo de alegría alejado del asfalto, a recoger setas si tienes buena vista o espárragos si no quieres envenenar a la familia. Ibarrola en cambio debió de pensar que todo aquello era muy típico y que a él no le gustaban ni los espárragos ni las setas, ¡él era un artista! Así que salió al bosque cerca de su caserío con una escalera de madera, unos botes de pintura y sus pinceles. Al llegar le dijo a su mujer “-Mari Luz, tú quédate ahí y me vas indicando, si me tuerzo… ¡me das un grito!”. Y así fue como durante casi 20 años Ibarrola fue dando brochazos saltando de árbol en árbol hasta completar esta obra exponente del “Land Art”: el bosque pintado o bosque de Oma.
El bosque se encuentra en la reserva natural de Urdaibai, en Vizcaya, y fueron varias fases entre los años 1982 y 2000 las que necesitó su autor para completar las 47 figuras que a día de hoy se pueden observar. Estas figuras de pinceladas de pintura multicolor formadas por la unión de trazos en varios árboles se distinguen situándose en puntos concretos marcados en el suelo con flechas.
Aprovechamos nuestra visita veraniega al pueblo natal de Patricia, Barakaldo, para descubrir este rincón escondido. El camino para acceder al bosque parte del restaurante Lezika, donde dejamos el coche en el parking de forma gratuita, cogimos fuerzas con un pintxo de tortilla y aprovechamos para comprar una botella de agua en una máquina dispensadora, ¡ese día rozaban los 30ºC! Antes de empezar a caminar nos acercamos a la taquilla situada cerca de la Cueva de Santimamiñe donde cogimos un mapa del bosque con la ubicación de las figuras y el nombre de las mismas relacionado con el número marcado en las flechas del suelo del propio bosque. Caminamos durante 45 minutos para recorrer los 2,8 kms de camino que te llevan hasta el bosque, un sendero cerrado al tráfico que nos permitió disfrutar de la tranquilidad de la naturaleza. La parte final es la más exigente con 250 metros de escaleras de bajada con bastante desnivel, aunque lo peor nos esperaba a la vuelta, donde nos tocaría subirlas.
Empezamos a buscar los puntos desde los que tener la posición perfecta para distinguir los dibujos, cuando de repente al levantar la mirada tuvimos una tierna bienvenida que no esperábamos, el beso.
Durante una hora recorrimos la gran extensión que cubre toda la obra en busca de la mejor perspectiva para distinguir figuras geométricas, círculos perfectos, animales, personajes multicolor, niños escondidos, motoristas sostenibles y mucho más bajo la atenta mirada de los “ojos del pasado y del presente”.




Aquella tarde no nos cruzamos con el lobo, ni con los 3 cerditos, ni topamos con una casita de chocolate, ni corrimos tras un conejo blanco. Tampoco nos asaltó Robin, ni cantamos con siete enanitos aquello de “Ay ho!! Ay ho!!”, pero sí descubrimos un bosque que podría haber estado en cualquiera de esos cuentos: ¡Mágico, extraño y artístico!